Mis relatos... para ver si los lee algún editor y me ficha

Las Siete Puertas. Capitulo 0

| 20 ago 2006
Se notaba que era un tipo duro. Llevaba un viejo y raído sombrero de ala ancha que le tapaba la mayor parte de la cara dejando ver solamente la sombra de dos ojos azules, una desaliñada barba de varios días y unos finos aunque ajados labios de cuya comisura izquierda pendía un apagado cigarro. El cuerpo se lo cubría un mugroso poncho que le llegaba hasta los muslos y que alguna vez había sido de vivos colores pero ahora era entero de un color marrón mierda. A cada lado de la cintura, depositadas en sus fundas pero siempre listas para disparar, había dos pistolas, dos revolveres Colt, que el poncho evitaba fueran vistas por ojos no deseados. Los pantalones eran de pana oscura y espesa para que protegieran bien del frío aunque los múltiples agujeros que tenían evitaban que cumplieran correctamente con su cometido. Solo las botas, que, aunque llenas de barro, no podían ocultar que eran de piel auténtica de cocodrilo y con el talón y la punta de acero, resultaban extrañas en su retrato de buscavidas pendenciero. Quizás las había robado o quizás las había ganado en una mano de poker. Eso es lo que hacían los tipos duros y aquel forastero lo era.

Permaneció inmóvil durante unos momentos junto al caballo que acababa de amarrar al lado del abrevadero, mirando fijamente al Saloon al otro lado de la calle. Salió del trance en el que parecía encontrarse para sacar, con su mano derecha, una cerilla de debajo del poncho y encenderla en el ala del sombrero. Haciendo de cortina con las dos manos para evitar que la llama se apagara con una ráfaga del frío viento de Oregon, le dio lumbre al moribundo cigarro de su boca e inhaló una gran bocanada de negro y caliente humo.

Con dos movimientos de muñeca apagó la llama de la cerilla y con un pellizco la mandó lejos. Sin sacarse el cigarro de la boca, como hacen los tipos duros, escupió una oscura masa viscosa y se puso a andar en dirección al Saloon. Las marcas del acero de las puntas y talones de sus botas se quedaban grabadas profundamente en la sucia y embarrada nieve mientras avanzaba con paso firme.

Aquel Saloon no se diferenciaba en mucho de los de los demás pueblos del Oeste. Tenía una puerta de esas típicas de tablones que se bambolean estrambóticamente cuando son abiertas y unas grandes cristaleras a través de los cuales se veía toda la Calle Principal del pueblo. A la izquierda de la puerta se encontraba la barra, en frente de la misma estaban las escaleras para subir al piso de arriba y a la derecha, varias mesas. Detrás de la barra estaba el aburrido barman. De la docena de mesas solo dos estaban ocupadas: en una de ellas cuatro tipos aburridos jugaban una partida de poker acompañados de una botella de whisky malo y una montaña de puros; en la otra, dos viejos verdes invitaban a copas a dos chicas vestidas de cabareteras y de risa estridente. Al fondo, sobre el pequeño escenario, un achaparrado señor mayor tocaba con desgana un órgano que, al igual que el, había vivido tiempos mejores. Dentro del local hacía mucho menos frío que en la calle pero el humo de los puros de los jugadores y de los cigarrillos de las señoritas hacían que el ambiente no fuera agradable sino cargado y maloliente.

Cuando el tipo duro entró en local fue como si entrara la misma muerte, todo quedó en el más absoluto silencio y todos se volvieron hacia el de manera inquisitiva. El tipo duro ni se inmutó, lanzó un nuevo gargajo al suelo y se dirigió a la barra. El Saloon recuperó su ritmo habitual.

El barman, un tipo pequeño, regordete, calvo, de manos fofas, bigotito ridículo y clara tendencia a sudar desproporcionadamente, dejó la hoja de periódico que estaba intentando leer y se acercó al tipo duro.

- ¿Qué vas a tomar, forastero?
- Un whisky… y que sea del mejor que tengas.

Esta última parte de la frase la acompañó depositando sobre la barra una reluciente moneda de un dólar. El camarero soltó la botella que había cogido y cogió la que había al lado. Le sirvió el trago con mano temblorosa y con avidez recogió el dólar y se lo metió en el bolsillo de su manchado delantal. El forastero se sacó por primera vez el cigarro de la boca con la mano derecha y con la misma mano cogió el vaso y se bebió todo su contenido de un trago y sin vacilar. Como hacen los tipos duros.

A ese trago le siguieron otros dos, que fueron ejecutados de la misma mecánica manera. El forastero volvió a meter la mano debajo de su poncho y sacó otra moneda de dólar. El barman se acercó para rellenar el vaso pero, la callosa mano del forastero tapándolo, se lo impidió.

- Primero quiero que me respondas a una pregunta.

El barman empezó a sudar como un cerdo pero con voz temblorosa consiguió decir:

- Dispara, forastero.
- ¿Dónde está Johnny “El Melenas”?

El sudor del barman se convirtió en una catarata que amenazaba con ahogarlo. El forastero se percató de que el silencio había vuelto a apoderarse del local y de que el nervioso movimiento de la ceja derecha del barman no era un tic sino una llamada de auxilio.

El tipo duro se giró sobre si mismo a una velocidad asombrosa y con los Colts a la altura de las caderas, como los tipos duros, disparó cuatro veces. Los cuatro tipos que estaban jugando a las cartas y que se habían levantado con sus armas listas para disparar, cayeron muertos sobre sus asientos destrozándolos. Los dos abuelos, las dos meretrices y el organista levantaron las manos en gesto de rendición y, con un gesto de la pistola de su mano derecha, todavía colocada a la altura de sus caderas, el forastero les invitó a marcharse del local.

El barman tenía toda la intención de marcharse junto con los demás pero el forastero tenía otros planes. Se volvió a girar hacia la barra y alzando una de sus pistolas se la colocó al barman en la frente. Al tipo le caían cascadas de sudor de la calva y tenía la camisa pegada al cuerpo como si se hubiera caído en la bañera.

- Todavía no has contestado a mi pegunta, gordo seboso.
- Está aaaaarriiiiba… en la seeeeeguundaaa habitaaaación a la deeeerecha. No me mates, ¡por favor!
-
El tipo duro quitó el cañón de su Colt de la frente sudorosa del barman y la sacudió para quitarle la humedad.

- No te voy a matar, pero tampoco te voy a pagar. Me has hecho gastar cuatro balas por no contestarme a la primera, a eso lo llamo yo un pésimo servicio.

Devolvió la pistola de su mano derecha a su funda, recogió la moneda de dólar de encima de la barra y con toda la parsimonia del mundo, saboreando los últimos coletazos de vida de su cigarro, empezó a subir las escaleras. El barman salió disparado hacia la calle, donde los vientos de Oregon traían ahora nieve mañanera.


El tipo duro se llamaba Charlie Muddle. Debía de tener entre 35 y 40 años. Hacía muchos años había sido un pacífico granjero de los valles de California hasta que unos criminales quemaron su casa y mataron a su mujer y a su hijo. Una vez consumada su venganza sobre los criminales que le arruinaron la vida decidió dedicar el resto de su vida a atrapar criminales, se convirtió en cazarrecompensas, el mejor de los cazarrecompensas. Tenía curtidas las manos, la cara y el alma.

Por Johnny Keys, conocido (irónicamente, ya que sobre su cabeza y cuerpo no había un solo pelo) como “El Melenas”, ofrecían, vivo o muerto, en Reno mil dólares. Un cuantioso botín que Charlie pensaba cobrar hasta el último centavo pero que no era lo que realmente lo movía sino la posibilidad de retirar de circulación a un peligroso asesino que había sembrado el terror durante años por los estados de Nevada y Oregon y que no dudaba en ajusticiar a niños, mujeres y ancianos. Charlie Muddle deseó mientras subía las escaleras y se acercaba a la habitación donde descansaba “El Melenas” que el muy cabrón opusiera resistencia y así poder matarlo, nada le haría más feliz.

Johnny Keys había pasado toda la noche bebiendo y se acababa de levantar con una resaca enorme que intentaba calmar con paños de agua caliente sobre la cabeza. Había escuchado el tiroteo pero como pensaba que sus hombres eran los mejores pistoleros del estado pensó que si había habido algún problema ya lo habrían resuelto sin problemas. Cuando la puerta de su habitación se salió de sus goznes y aterrizó junto a el, la sorpresa casi le causa un infarto.

Charlie Muddle sostenía en su mano derecha y a la altura de la cadera un revolver Colt de gran potencia y una mostraba una sonrisa torcida en los labios. Dio unos pasos y entró en la habitación. Una cabaretera histérica y desnuda no había parado de gritar desde que la tremenda patada de Charlie había destrozado la puerta. Con un gesto de la pistola le indicó que se marchara de aquel lugar. La chica obedeció sin preocuparse ni siquiera de cubrirse.

- Tienes dos opciones, Melenas, puedes rendirte o puedes intentar huir. – comentó jocoso Charlie – A mí me da igual, me van a pagar igual por muchos agujeros que lleves en el pecho. Depende de ti.
-
Johnny “El Melenas” sopesó durante unos instantes la situación y alzó los brazos en señal de rendición. Charlie se le acercó y le puso unas esposas en las muñecas. Después empezó a cachearle en busca de armas encontrado una pistola de pequeño calibre en la bota derecha y un cuchillo grande y afilado dentro del pantalón. La sonrisa se había borrado del rostro de Charlie: ahora iba a tener que cargar con aquel tipo vivo hasta Reno para que allí la horca hiciera lo que el podía hacer sin problemas. Tan enfadado estaba que le apagó el resto del cigarro en el cuello de la camisa al Melenas.

- Joder tío, ¿estás loco? Esta camisa vale más dinero del que has visto en tu puta vida.
- No te preocupes Melenas, a la horca no le importa lo bonita que sea tu camisa.

Charlie acompañó esta lapidaria frase con un golpe con la culata del Colt en la calva cabeza del Melenas, que cayó como un fardo, inconsciente, al suelo. Charlie, como los tipos duros, guardó la pistola y cogió el peso del pescuezo de la camisa y lo arrastró fuera de la habitación y escaleras abajo. Mientras, con la otra mano, sacaba y encendía otro cigarro.

Cuando cazador y presa salieron del Saloon, el sheriff del pueblo estaba esperándolos junto con su joven ayudante.

- Detente forastero – dijo, mientras amartillaba su rifle, el sheriff.

Charlie se detuvo y miró desafiantemente al agente de la justicia. Aquel tipo no iba a ser ningún problema, se dijo Charlie fijándose en su enorme barriga que denotaba que no estaba acostumbrado a esas situaciones sino a estar sentado a la mesa comiendo chuletas y bebiendo cerveza.

- Quítate de en medio, esto no tiene nada que ver contigo.
- ¿Cómo que no? Has matado a cuatro personas y estas secuestrando a una quinta. Creo que si es de mi incumbencia.
-
Su voz sonó mucho menos amenazadora de lo que le hubiera gustado al sheriff y, a pesar de tener el arma enfundada, Charlie tenía la situación cogida por el mango. Soltó el peso de “El Melenas” y le pisó la espalda con sus botas de piel de cocodrilo.

- Este es un delincuente buscado en Reno y los de dentro eran sus secuaces. Da gracias a que voy a dejar pasar que tú seas otro de ellos y te voy a dejar vivir.

Se había formado una gran expectación en torno a la escena. El sheriff dudó unos instantes, suficientes para que Charlie sacara su pistola y le disparará en mitad de la frente.

- Bueno, creo que he cambiado de opinión. – y dirigiéndose al ayudante añadió - ¿Tú también eres uno de ellos, chico?
-
El chico, que no tendría más de 16 años y que estaba pálido como la muerte de la impresión, negó como pudo con la cabeza y se hizo a un lado. Charlie enfundó el arma, volvió a coger de la misma manera a “El Melenas” y cruzó la calle en dirección a su caballo con las miradas, mezcla de admiración y terror, de todos los espectadores de la escena, los cuales ya empezaban a abandonar el lugar para volver a sus quehaceres.

Charlie introdujo la cabeza del inconsciente Johnny “El Melenas” en la sucia agua del abrevadero y la mantuvo allí hasta que el delincuente empezó a cabecear. Cuando su cabeza volvió a estar fuera y el consciente, Johnny empezó con una retahíla de insultos hacia su cazador pero apenas pudo explayarse ya que Charlie le golpeó contra el poste donde estaba atado el caballo y volvió a quedar inconsciente. Charlie lo subió al caballo, lo ató como si fuera un saco de patatas, desató al caballo, se subió a el y con un ligero trote y el viento nevado de las mañanas en Oregon azotándole en la cara abandonó aquel pueblucho de mala muerte.


Pd: el título es provisional todavía y los nombres de los personajes también.

Pd2: aunque lo parezca no es una del oeste... por lo menos no del todo.