Mis relatos... para ver si los lee algún editor y me ficha

Las Siete Puertas. Capitulo 1

| 13 sept 2006

Desde aquel poblacho en las llanuras de Oregon, del que Charlie había olvidado tan rápido su nombre como lo había aprendido, hasta Reno había siete largos días de camino. Y pasar una semana entera con aquella mosca cojonera y calva que solo se callaba cuando estaba inconsciente no era algo que apeteciera especialmente a Charlie. Tampoco podía matarlo porque iba en contra de su código de trabajo: Si lo capturo muerto, lo entrego muerto. Si lo capturo vivo, lo entrego vivo. Así que la única solución era llegar lo antes posible al destino y desembarazarse de aquel incordio y para ello la única solución era adentrarse en El Bosque.

Charlie era un tipo curtido y curado de espanto y no creía en las historias de fantasmas y demonios que las viejas y los indios borrachos contaban de aquel bosque que separaba Oregon de su natal California pero aquel bosque nunca le había dado buena espina y solo lo cruzaba en caso de necesidad. Ahorrarse dos días de la compañía de Johnny El Melenas era uno de esos casos de necesidad.

Entraron en el bosque a eso del mediodía y al caer la tarde, con la ventisca nevada convertida en una suave brisa fría, Charlie decidió que era el momento de acampar y comer un poco. Descargo de los cuartos traseros de su caballo a El Melenas depositándolo a los pies de un roñoso árbol, sacó los enseres de cocina, encendió un pequeño fuego y se dispuso a hacerse un buen guiso de carne de cordero y alubias.

Charlie disfrutó ampliamente de su estofado de cordero y aun más de las quejas de El Melenas, que proclamaba estar al borde de la inanición. Finalmente, antes de encenderse un nuevo cigarro, Charlie decidió darle algo de comer a aquel incordio de tío. Se acercó al árbol donde se encontraba El Melenas y dejó a su lado un paño con un trozo duro de pan, dos mohosas lonchas de queso y el culo de un vaso de un agua que no tenía muy buen color.

- No creerás que podré comer con las manos en la espalda, ¿no, vaquero? – comentó jocoso El Melenas.

Charlie, de mala gana, le quitó las esposas y se las volvió a colocar esta vez con las manos por delante del cuerpo. Fue un gran error que, seguramente, no habría cometido si hubiera conocido bien la historia de Johnny Keys. Aunque eso era algo casi imposible ya que solo el propio Melenas la conocía.

Johnny Keys no era el verdadero nombre del criminal conocido como El Melenas sino Jeremiah McGowan y era, como tal nombre y tal apellido denotaban, escocés de nacimiento. Concretamente era de los Highlands escoceses, de una pequeña aldea cercana a Inverness. En aquella época, aquella zona era tremendamente religiosa y supersticiosa y el nacimiento de un niño con una ausencia total de vello en su cabeza y cuerpo no podía ser tomado de otra manera que como un signo de mal agüero, del advenimiento de grandes males. No es de extrañar que sus padres buscaran la manera de deshacerse del pequeño Jeremiah y que cuando no tenía ni cuatro años fuera entregado a un circo ambulante que pasaba por Inverness.

Con ese circo recorrió Escocia y buena parte de Inglaterra durante más de diez años siendo una de las principales atracciones del mismo junto con una mujer barbuda, dos siamesas chinas, un hombre cubierto de escamas y una familia cuyos miembros (padre, madre y cuatro churumbeles) eran de color azul. Jeremiah siempre consideró esto como humillante y cualquier psicólogo achacaría su posterior conducta criminal a haber tenido que desnudarse en público para ser objeto de mofa tres veces a la semana durante más de diez años. Sin embargo, no todo fue malo durante su periplo circense: en ese mismo circo trabajaba Benoit Lacosteau, ilustre mago e ilusionista francés que fue uno de los grandes precursores del arte del escapismo. El prestidigitador se encariñó pronto con el pequeño imberbe y le fue poco a poco enseñando gran parte de sus trucos hasta que un lamentable incidente en un número acuático significó la muerte de Lacosteau y la quiebra y cierre del circo. Jeremiah, con solo 15 años, hizo lo único que se podía hacer en aquellos momentos en la terriblemente empobrecida Escocia: emigrar a América. Tenía intención de convertirse en mago pero terminó convertido en el terrible criminal Johnny Keys, alias El Melenas.

De eso hacía ya mucho tiempo pero Johnny aún conservaba ciertos trucos aprendidos en aquella época ya que pensaba que le podían servir para solventar algunos problemas relacionados con su peligrosa actividad. Y con uno de esos trucos pensaba quitarle a aquel vaquero ajado de Charlie Muddle la satisfacción de ganar cinco mil dólares a su costa: una pequeña cavidad excavada con el esfuerzo de años en la pared derecha de su boca en la que, como si de una pequeña bolsa se tratara, guardar pequeños artilugios como llaves o ganzúas. En una de las ocasiones en las que se llevaba el incomible mendrugo de pan a la boca sacó una ganzúa de la bolsa de carne y con precisión y sigilo absolutos se liberó de las esposas de las manos en escasos segundos.

La soga que llevaba atada a los pies tampoco iba a suponer un problema mayor ya que Muddle había cometido un error de principiante: se la había atado alrededor de las botas en vez de hacerlo un poco más arriba. Mientras Charlie fumaba tranquilamente con el ala del sombrero ocultándole buena parte de la visión, El Melenas deslizó los pies fuera de sus botas dos números más grandes (otro de los trucos aprendidos en sus años mozos). Cuando Charlie alzó la cabeza movido por el ruido de movimiento cerca de él, el vaso de metal que había llenado de agua se le estrelló en medio de la frente. El Melenas aprovechó el momento de vacilación de Charlie para huir como un rayo sobre la embarrada nieve bosque adentro.

El asombro y la vacilación de Charlie se convirtieron en furia asesina y, sin preocuparse de la herida sangrante de su frente, salió disparado tras su presa con los Colts desenfundados. El Melenas era más joven y más atlético que Charlie y no conseguía recortarle la distancia. Además, los árboles impedían que fuera un blanco fácil. De todas formas Charlie no se desesperaba porque El Melenas iba justamente a donde el quería: hacia el claro central del bosque. Allí se convertiría en un blanco fácil. Voy a disfrutar pegándote dos tiros, cabrón.

Cuando El Melenas llegó al claro del bosque se escuchó un potente disparo y el fugitivo cayó al suelo desplomado. Sin embargo el disparo no lo había hecho Charlie sino que procedía del otro extremo del claro.

- Vernon Holliday – masculló entre dientes Charlie mientras entraba al claro y llegaba al lado del cuerpo de El Melenas para comprobar que el disparo le había atravesado el pecho. Estaba muerto.

Vernon Holliday se encontraba al otro lado del claro junto a su caballo zahino y empuñando un rifle Winchester cuyo cañón todavía humeante apuntaba despreocupadamente a Charlie. Debía de andar sobre los cuarenta años, era bastante alto aunque no tanto como Charlie, vestía un traje de franela negro, chaleco, camisa blanca y pajarita. Llevaba unos botines negros cubiertos de nieve embarrada y un sucio bombín ocultaba gran parte de su rizada cabellera rubia. Tenía un hoyuelo en la barbilla, una cicatriz en la mejilla izquierda y su único ojo, el izquierdo, era de color verde. Cubriéndole el otro ojo llevaba un parche hecho con piel de serpiente. Sin duda, su apariencia resultaba fuera de lugar en aquel lugar y en aquella situación.

- Me alegro de verte Charlie Muddle, hace ya mucho tiempo – dijo, con cierta sorna y voz de bebedor habitual, Holliday – Cinco años, ¿no?

Charlie pasó del saludo y de la pregunta de Holliday y se limitó a decir:

- Es mi presa, Holliday.

- ¿Tú presa? – Holliday fingía sorpresa – Yo no se nada de eso. Vi a este tipo corriendo como un poseso, reconocí en el a un peligroso delincuente, temí por mi propia vida y decidí que pegarle un tiro era lo mejor. Tú no estabas por ninguna parte así que creo que es mi presa, ¿no te parece?

Los métodos de Vernon Holliday eran bien conocidos en todo el gremio de los cazarrecompensas. Era la oveja negra de la profesión, un buitre carroñero que se aprovechaba del trabajo de los demás y se terminaba cobrando la presa sin dar un palo al agua. Charlie le tenía ganas y en la primera ocasión que se le presentara tenía la intención de pegarle dos tiros y librar al mundo de semejante canalla.

- No me toques los cojones, Holliday, o te tendrás que atener a las consecuencias – Charlie acompaño la amenaza con un viscoso gargajo.

- ¿Si? ¿De verdad? ¿Y cuáles son esas conse….

Una expresión de sorpresa se apoderó de la cara de Holliday mientras dejaba la frase a medias.

- Es imposible, estoy seguro de que lo he matado, seguro – murmuró casi para si mismo Holliday.

Charlie no se podía creer que Holliday recurriera a un truco tan infantil y sonrió socarronamente mientras decía:

- ¿Y ahora que tengo que hacer, Holliday? ¿Darme la vuelta para que me puedas dar un tiro en la espalda? Te creía más listo, con mejores trucos. Con artimañas tan lamentables como esta no me explico que has llegado a viejo en esta profesión.

Holliday no respondió sino que empezó a retroceder con una expresión que más que sorprendida empezaba a ser de miedo. La sonrisa también se borró de la boca de Charlie: un extraño gruñido sonaba a sus espaldas y era acompañado por un sonido como de arrastrar pesadamente unos pies sobre la nieve.

Charlie se dio la vuelta justo cuando El Melenas se encontraba a escasos dos metros de él. Sin pensárselo dos veces, disparó dos veces sobre el ya perforado pecho de El Melenas, que volvió a caer al suelo. Sin embargo no estaba muerto sino que seguía gruñendo y una viscosa baba le caía de la boca mientras se intentaba levantar de manera torpe.

Charlie retrocedió hasta la posición de Holliday, a unos seis metros de El Melenas. Cuando este estuvo de nuevo de pie, el Winchester y los dos Colts volvieron a disparar sobre él. Esta vez, en cambio, ni siquiera cayó al suelo: se tambaleó durante unos momentos y volvió a ponerse en marcha torpemente hacia los dos pistoleros. Charlie volvió a disparar, esta vez apuntando a la cabeza, y cuando la bala llegó a su destino la cabeza de El Melenas explotó, dejando buena parte del claro, incluidos Charlie y Holliday, cubiertos de sangre y masa cerebral. Mientras, el cuerpo descabezado anduvo como loco durante unos segundos para finalmente desplomarse inerte.

Durante casi un minuto permanecieron inmóviles y en silencio. Holliday fue el primero en hablar, casi para si mismo más que para Charlie:

- Un disparo de Colt no destroza cabezas de esa manera. No es normal, no es normal.

- No. – le replicó Charlie – Ni tampoco es normal que un muerto se levante. Nada en los últimos minutos ha sido nada normal.

Charlie empezó a andar alrededor del claro mientras rebuscaba en el fondo de su mente alguna explicación lógica para lo que acababa de ocurrir. Se negaba a creer que los cuentos de las viejas fueran verdad. Era absolutamente imposible. Cuando llegó al centro del claro, al lugar donde El Melenas había caído muerto por primera por primera vez, le llamó la atención una piedra grande y aplanada en cuya superficie, debajo de la sangre derramada por El Melenas, destacaba un extraño símbolo: siete anillos concéntricos empotrados unos dentro de otros. La hendidura de los anillos era apenas superficial salvo la del quinto anillo, que era mucho más profunda y brillaba de una manera extraña.

- Yo me voy de aquí, puedes quedarte con la presa. – comentó Holliday mientras cogía los estribos de su caballo y se disponía a salir del claro y adentrarse en El Bosque – Este sitio me da mala espina.

Charlie dejó durante un instante de mirar la extraña piedra para dirigir la vista hacia Holliday. Algo fuera de lugar llamó su atención y con la velocidad de un rayo disparó su Colt, arrancándole dos dedos a una mano putrefacta que estaba surgiendo de la tierra a escasos metros de donde estaba Holliday.

- Serás cabr… - Holliday se había dado la vuelta y blandía su Winchester dispuesto a volarle la cabeza a Charlie cuando se fijó en lo que había junto a sus pies - ¿Pero esto qué coño es?

- Calla – le espetó Charlie a la vez que se agachaba y pegaba la oreja derecha al suelo. No le cabía duda, alguien o algo arañaba el suelo tratando de salir a la superficie. Se levantó como un resorte y colocó los Colts en posición. – Están tratando de salir.

Esta última afirmación se vio acompañada de la aparición en la superficie de varias manos y brazos y alguna que otra putrefacta cabeza. Holliday, empuñando el Winchester en una mano y un pequeño revolver en la otra, se colocó junto a Charlie, espalda contra espalda.

- ¿Cómo vas de munición, Muddle? – preguntó inquieto Holliday.

- Solo la que tengo en el cinturón, ¿y tú?

- Igual de escaso. Vamos a tener que economizar si queremos salir de esta.

- Si. – afirmó Charlie – Será mejor que apuntemos a las cabezas.

Pero Charlie sabía que no iban a ser capaces de salir vivos de aquella situación. Los muertos estaban despertando y en aquel sitio había muchísimos: aquel bosque había sido durante siglos un cementerio Sioux y el propio Charlie se había encargado de enterrar a multitud de unionistas durante la Guerra en aquel lugar. No pudo sino sentir un escalofrío al reconocer el uniforme unionista en varios de los putrefactos cadáveres que estaban floreciendo de la tierra. Charlie contaba cinco a punto de terminar de liberarse y unos veinte o más manos escarbando, había llegado el momento de luchar por la vida aunque no quedara ninguna esperanza. El Colt que sostenía con la derecha fue el primero en abrir fuego.

El anochecer invernal sobre aquel bosque de Oregon se llenó de disparos. Cuando la noche ya era cerrada, los disparos se silenciaron definitivamente y su lugar lo ocuparon unos aterradores y hambrientos gruñidos.

Pd: ¿que tal el cambio de tercio?

Pd2: dentro de poco el capítulo 2.

1 comentarios:

saricchiella dijo...

bien, bien... un cambio de tercio más que interesante (siento haber tardado tanto, pero quería leer los dos capítulos con la atención que se merecían).

¿Quieres un análisis exhaustivo? :P