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El Condenado (Parte 1)

| 16 dic 2005
Mi nombre es Vincent. Soy un vampiro. Ni estoy vivo, ni estoy muerto. Simplemente estoy condenado, condenado a robarle la vida a los vivos para saciar mi sed, condenado a una espiral de sangre y absurdo. Y estoy solo. Y esta soledad es lo que peor llevo de mi condena. Aunque no siempre estuve solo y eso puede ser lo que me impulsa a escribir este relato sobre mi no-vida: contar la historia de cómo me quedé solo.Escribo en una simple libreta de anillas, sobre la mesa de una habitación de un cutre motel de carretera. A mi izquierda, la luna llena entra por la desvencijada ventana. Debe ser alrededor de medianoche. A mi espalda, donde debería estar la cama, está mi ataúd. Esta es mi casa desde hace dos semanas.Escucho por la ventana abierta la radio desde la garita del conserje. Suena U2. El "Sunday bloody sunday" concretamente, me encanta. El conserje es mi engendro, mi esclavo. Lo convertí a la segunda noche de estar aquí y ahora me proporciona toda la comida que necesito.Pero esto no es un diario de mis atrocidades presentes sino un relato de mi azarosa vida hasta que me quedé solo y empecé a vagar por el mundo. Desde ese momento nada tiene sentido para mí. Bueno, quizás la música, me encanta la música, amo la música. De hecho, yo invente el rock`n`roll. Pero eso es otra historia. Y será mejor que empiece primero con esta.

Nací en 1875 en Boston, Massachussets. Soy americano. Mejor dicho, fui americano. Ahora, supongo, soy un ciudadano del mundo. Del mundo nocturno, claro.Mi padre era un emigrante irlandés llamado Gerald O´Bannon. Llegó a América en un barco, sin más equipaje que la ropa que llevaba puesta y unas pocas monedas en el bolsillo. Sé que sus principios en la “Tierra De Las Oportunidades” fueron duros, pero era muy buen carpintero, el mejor, y consiguió salir adelante. Mi madre, en cambio, era miembro de una de las más importantes familias de Boston, los Kluivert. Rancios aristócratas de ascendencia holandesa, mis abuelos no vieron nada bien que una chica guapa, culta y con mucho dinero se enamorara de aquel simple carpintero irlandés.Fue todo un escándalo en la época. Pero al final el amor venció y Gerald O´Bannon y Catherine Kluivert se casaron. Bueno, quien dice el amor, dice que mi madre se quedó embarazada de mi hermano Martin y a mis abuelos no les quedó otro remedio que aceptar la relación.Mis padres tuvieron cuatro hijos: dos niños y dos niñas. El mayor se llamó Martin, como ya he dicho, luego vinieron las gemelas Linda y Penelope y, finalmente, nací yo: Vincent O´Bannon.Para cuando yo nací, la pequeña carpintería de mi padre se había convertido en la O´Bannon Furniture Company, la más importante fábrica de muebles del noreste de los Estados Unidos y mis padres se habían comprado una gran casa, casi una mansión, en uno de los barrios más elegantes de Boston. Fue en aquella enorme casa señorial donde yo pasé toda mi infancia. Una infancia feliz, por otra parte. Al ser el menor de una familia acaudalada, fui un niño muy malcriado. Todo lo que pedía por la boca me era concedido y, si no, empezaba a llorar y patalear y no paraba hasta que lo conseguía. Siempre lo conseguía. Era un niño revoltoso y mal estudiante. No es que fuera estúpido, era bastante inteligente, sino que me pasaba las horas de clase maquinando bromas en vez de estudiando.Cuando cumplí los catorce, mis padres se hartaron de mí y me mandaron a un internado a las afueras de Nueva York. Se llamaba Saint Patrick y los cuatro años que pase allí los recuerdo como los peores de mi vida humana. Era un sitio horrendo y los eclesiásticos me trataban como si fuera un perro. Posiblemente esa sea la causa de la aversión que ahora siento hacia todo lo que tenga que ver con la Iglesia. En nombre de Dios fui apaleado, sodomizado y permanentemente vejado.Dentro de los sucios muros de Saint Patrick perdí mi inocencia, mi virginidad y mi fe, y si no perdí la razón fue por culpa de los libros, que a escondidas de mis padres y los sacerdotes, me mandaba mi hermano Martin: Moby Dick, Tom Sawyer, La letra escarlata, El último mohicano, etc. Me maravillaban esos mundos llenos de fantasía, aventura y libertad, sobretodo libertad. Decidí que quería ser escritor, que quería ser como Poe o Twain o Feminore Cooper.Mi padre se opuso rotundamente. Mi hermano estudiaba para ser militar en la academia de West Point y yo era el encargado de heredar el negocio familiar. Para mí no había cosa peor que pasarme la vida dirigiendo aquella horrorosa fabrica. Yo quería viajar, ver mundo e inspirarme para mis libros.Me rebelé. Cuando solo hacia unos meses que había vuelto a mi casa del internado, me marché otra vez. Conseguí un trabajo en un periodicucho de tres al cuarto y alquilé una habitación en la casa de una anciana. Cuando no tenía que cubrir algún suceso como incendios, robos o problemas con el alcantarillado, me dedicaba a escribir. Era bastante malo, pero, aun así, conseguí publicar dos noveluchas de aventuras y algunos cuentos para niños.Me iba bastante bien, resulté ser mejor periodista que escritor y en dos años me convertí en uno de los principales reporteros del Boston Globe. Pero todo se trunco cuando me enteré que mi hermano había muerto. El teniente Martin O`Bannon había muerto heroicamente en Cuba luchando contra los imperialistas españoles, reseñaba mi periódico. Entonces desperté. Entré en depresión. Mi hermano estaba muerto, si, pero había muerto haciendo lo que siempre había querido hacer. Yo en cambio me dedicaba a cubrir absurdos y escabrosos sucesos y de mi sueño de ser escritor, nada de nada. Me eche a la bebida. Era el año 1898.Mi sangre se convirtió en whiskey. Me pasaba todo el día borracho. Me volví agresivo, una bestia. Mi novia, Jessica, me dejó harta de mis gritos, mis amenazas y, sobretodo, mis palizas. Todo era horroroso. Pero algo imprevisto lo cambió todo. Durante esa época escribí una novela, cruda, descarnada, llena de odio. Ya me había olvidado completamente de ella cuando me llegó un telegrama desde París: una asociación literaria de la capital francesa se había quedado fascinada con mi novela (todavía la puedes encontrar en algunas librerías del viejo Paris: "La Mugre" de Vincent O`Bannon), totalmente novedosa según ellos, y me invitaban a dar una conferencia en un conocido café parisino.

París, la ciudad de la luz, allí encontraré mi inspiración para ser un gran escritor, pensé. El día que cumplí veinticinco años cogí un barco rumbo a Europa. Era el año 1900. Y con el nuevo siglo mi vida iba a dar un giro que nunca me hubiera imaginado.Muchos libros y películas han intentado a lo largo de todo el siglo XX captar y transmitir la ebullición que se produjo en el París de cambio de siglo. Pero nadie lo ha conseguido realmente. Si no se estuvo allí, es imposible hacerse una idea de aquel autentico festín de los sentidos, de aquella orgía de olores, de sabores, de luz. Posteriormente he estado en muchos sitios: el Nueva York de los años 20, el Berlín de los 30, la California hippie de los 60; pero ninguno como aquel París, ninguno.Me hospedé en un modesto hostal en una callejuela del barrio latino. La regente era una admirable mujer con la que rápido entable una amistad entrañable. Se llamaba Marie y su vida había sido toda una odisea. Pero a pesar de todas las agonías y penurias que había padecido aun conservaba un sentido del humor excelente. Entre ella, la cálida atmósfera de Paris, tan diferente a la de mi Boston natal, y mis amigos del Café Toulouse, conseguí dejar atrás mis traumas y volví a ser un tipo feliz.Me pasaba buena parte del día en el Café Toulouse. Conversábamos sobre todo: la vida, las mujeres, la pintura, nuestros proyectos y, sobretodo, de literatura. Los recuerdo a todos como si fuera ayer, y ya han pasado más de cien años. Como odio esta inmortalidad. No comprendo cómo algunos de mis congéneres pueden tener más de quinientos años, o incluso mil, y conservar todavía la razón.Pierre era el mayor de todos. Rondaba los sesenta años y con su trasnochada casaca negra, su bigotito gris y su mugriento sombrero de copa parecía el fantasma de un aristocrata de mitad del siglo XIX. Había sido periodista en su juventud y en aquella época escribía una columna semanal en una revista literaria. Fue Pierre el que leyó mi novela y se quedó, no se por qué, fascinado. El telegrama que me llegó me lo envió él. Si no hubiera sido por él, no estaría contando yo esta historia ahora. También estaban Julien y Marc. Julien era un ex-gendarme que había descubierto que prefería leer a Baudelarie que atizar golpes con una porra a indigentes y maleantes. Marc era, mas o menos, de mi edad y era hijo de una familia acaudalada dedicada a la hostelería. Era un autentico romántico en el siglo XX. Y, como los románticos, se suicido por el amor de una mujer. Yo hice prácticamente lo mismo aunque será mejor no adelantar acontecimientos. Veamos primero quién era esa mujer.

Se llamaba Brigitte. Era bailarina principal del Moulin Rouge y la prostituta mas cotizada de todo París. La primera vez que fui al mítico Moulin Rouge fue por casualidad. Me invito Marc para que contemplara a su amada, la mujer que le había robado el corazón y no quería devolvérselo y que era bailarina del cabaret. Acepté encantado. Sentía curiosidad por conocer aquel lugar, que ya en aquella época era famoso en el mundo entero.Soy incapaz de describir aquel lugar con palabras. Era, por así decirlo, todo lo que era París concentrado en un solo local, en unos pocos de cientos de metros cuadrados. Ya llevábamos una botella de champán entre pecho y espalda cuando empezó el número principal de la noche. Entonces la vi por primera vez y me enamore para toda la eternidad.Era muy alta, tan alta como yo, y de una palidez extrema y delicada. Su larguísimo y sedoso pelo era negro azabache, como sus dos ojos. Dos autenticas joyas. Sus carnosos labios eran rojos como la sangre y destacaban morbosamente sobre su pálida piel. En un momento de su erótico danzar por el escenario sus ojos se encontraron con los míos y supe enseguida que ella sentía por mi lo mismo que yo por ella. Amor eterno e incondicional.A partir de esa noche me convertí en un asiduo cliente del Moulin Rouge. Al terminar su actuación, iba a verla a su habitación. Le llevaba flores, bombones, poemas y nos entregábamos a nuestros juegos prohibidos y particulares. Ni siquiera me importaba que, después que yo me marchara, a ella todavía le quedara una larga noche de trabajo. Era feliz. Briggite se había convertido en mi musa y mi imaginación no paraba de funcionar y crear obras literarias, no importaba el género: novelas de aventuras, tragedias, ensayos y, sobretodo, poemas de amor desgarrados dedicados a ella. Me convertí en un escritor admirado por todo París. Era feliz.Debido a esta fecundidad literaria mejoró bastante mi situación económica y empecé a pensar en convertir a Briggite en mi esposa. Lo preparé todo con esmero. Aquella noche falté al Moulin Rouge por primera vez en varios meses. Ya de madrugada, cuando supuse que había terminado de trabajar, me dirigí al molino con un imponente anillo de oro y diamantes en el bolsillo y un ramo de rosas rojas en la mano.No me dirigí a la puerta principal, sino a la trasera, la que llevaba directamente a las habitaciones de las chicas. Abrí la puerta con una llave que me había agenciado y me dispuse a subir en busca de mi Briggite.A mitad de las escaleras escuché un grito de mujer que me dejó petrificado. No venía de arriba, sino de abajo. Volví a la planta baja y busqué por las habitaciones. Nada. De repente, otro grito, todavía más aterrador que el primero. Y esta vez había identificado de dónde venía. Una de las paredes de la cocina estaba hueca. Con un ligero empujón me bastó para moverla y encontrarme con un sucio pasadizo débilmente iluminado con antorchas. Antes de adentrarme en él, un nuevo grito me helo la sangre. Decidí coger un cuchillo. Era un pasadizo largo, estrecho y que descendía continuamente. Cuando llevaba unos doscientos metros recorridos empecé a escuchar unos extraños ruidos. Era como si hubiera gente rezando en susurros, pero haciéndolo en una lengua desconocida para mí. Las piernas me temblaban y casi no podía caminar, pero había alguien en peligro y tenía que ayudarla.Por fin llegué al final del pasadizo y lo que me encontré me dejo sin respiración. Era una cripta, pero una cripta demoníaca. Las paredes estaban pintadas de rojo, había imágenes de seres bestiales y diabólicos y en mitad del altar se encontraba una gigantesca cruz del revés. Pero lo peor era que en la cruz estaba colgada boca abajo una chica completamente desnuda y que la sangre que brotaba de sus muñecas, sus tobillos y su cabeza, era recogida por una especie de sacerdote en un cáliz que repartía entre la multitud que estaba sentada en los bancos.Estos eran los que rezaban en la lengua desconocida, o eso creía yo, porque con el paso del tiempo supe que simplemente eran las oraciones típicas en latín pero al revés, desde el final al principio.La chica parecía muerta, pero como si de un estertor de muerte se tratara profirió uno de esos espeluznantes gritos que había escuchado anteriormente. Mientras gritaba, ella abrió los ojos y me miró. Y yo, Vincent O´Bannon, fue lo último que esa chica vio en su vida, porque cuando su grito se apagó, su vida, por fin, terminó.Eso fue demasiado para mí. La vista se me nubló y caí desplomado al suelo. Pude ver cómo toda la gente, o lo que fueran, que estaba en la cripta volvía la cabeza hacía donde yo estaba. Y la vi a ella, a mi Brigitte.Sí, mi Brigitte, la mujer a la que amaba con locura y que quería que fuera mi mujer, era un vampiro. Si, un vampiro, pero un vampiro que también me amaba. Y por eso no permitió que esos seres de la noche saciaran su sed con mi sangre. Me cogió y me llevo a su habitación.

Cuando desperté la tenía allí, a mi lado, con la cara, con mas color que nunca debido a la sangre bebida, de absoluta tristeza. Mi primera reacción fue pegar un salto y alejarme de ella. Eso hizo que una lágrima recorriera su bello rostro. Una lagrima de sangre.- Comprendo que ya no me ames, Vincent, después de ver lo que soy en realidad.Su voz no sonaba tan sensual como siempre, si no que sonaba rota por la tristeza y la desesperación. Me di cuenta de que la seguía amando y lo seguiría haciendo por siempre.- Claro que te sigo amando Brigitte - le dije mientras me acercaba de nuevo a ella.- ¿De verdad?- Te lo juro.Ella se limpió la sanguinolenta lágrima que le recorría la cara con la palma de la mano y después me cogió las manos entre las suyas.- Entonces tenemos un problema, mi querido Vincent. Has visto nuestra ceremonia y Francois, nuestro Príncipe, te matará.Un incómodo silencio se hizo entre nosotros. - A no ser que...- A no ser que, ¿que?- Te transformes en uno de los nuestros.Separe mis manos de las suyas. La disyuntiva era terrible: o morir o convertirme en uno de esos seres bebedores de sangre.- Somos inmortales, Vincent. Si te transformas en uno de los nuestros, tú también lo serás y podremos estar juntos por toda la eternidad. - Brigitte me cogió de nuevo de las manos y me pregunto - ¿Que decides Vincent? Tenemos poco tiempo antes de que amanezca.La miré a los ojos y decidí que si. ¿Que podía ser mejor que pasar toda la eternidad junto a mi Brigitte?

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