Mis relatos... para ver si los lee algún editor y me ficha

El Condenado (Parte 2)

| 24 dic 2005
El acto de la transformación en vampiro se llama El Abrazo y es algo que no se suele hacer muy a menudo. Yo sólo lo he hecho una vez y para Brigitte esa fue la primera y la única vez que lo hizo. Brigitte me mordió con dulzura en el cuello y estuvo chupando mi sangre durante mucho rato. Yo empecé a entrar en un terreno entre la vida y la muerte, en una especie de ensoñación. Cada vez me sentía más débil. Finalmente, Brigitte separó sus labios, lujuriosamente ensangrentados, de mi cuello y sacó un pequeño puñal de su vestido. Se hizo un gran corte en la muñeca izquierda y me dio de beber un largo trago. Hay perdí definitivamente el conocimiento.Cuando me desperté, una furia incontenible me poseía. Aparté de un empujón a Brigitte y como un loco salí de la habitación y del Molino.

Estaba a punto de amanecer. El Sol ya se vislumbraba. No sabía porque pero sabía que tenía que huir de él. No sé cuánto tiempo vagué por los subterráneos de París escapando del Sol. A lo mejor días, o semanas o incluso meses. No lo sé. Sólo sé que al principio la furia era tan intensa que me retorcía de dolor. Pronto identifiqué que la furia era realmente Hambre, pero un hambre distinta: Hambre de sangre. Esos primeros días sacié mi hambre con ratas y otros indeseables animales de los subterráneos, pero pronto me di cuenta de que lo que necesitaba no era sangre de animales. En situaciones extremas como la que yo estaba, podían ser útiles pero, para satisfacerme completamente y ayudarme a desarrollar mi nueva condición en toda su magnitud, necesitaba sangre humana. Mi primera víctima humana fue un miserable vagabundo que malvivía en un mugroso callejón. A este le siguieron más vagabundos, prostitutas y delincuentes. Nadie los echó de menos. Pero llegó un día en que mi caza furtiva me dejó de llenar, me faltaba algo y lo encontré en el bolsillo de mi pantalón: el anillo que aquella noche maldita le iba a regalar a Brigitte para que se convirtiera en mi esposa. Eso era lo que me faltaba, mi Brigitte.

Una noche fría de otoño volví al Moulin Rouge y a su habitación. Nos enfrascamos en nuestros juegos, que debido a mi nueva condición, me resultaron completamente nuevos y fascinantes. Pero cuando terminamos su cara se entristeció y su puso mas pálida de lo normal. Teníamos que huir, me dijo: Francois, el príncipe de la comuna de París, estaba locamente enamorado de Brigitte. En cuanto tuviera ocasión me mataría. Teníamos que huir y rápido. Esa misma noche abandonamos París. Recorrimos toda la vieja Europa: Marsella, Barcelona, Lisboa, Munich, Roma, Florencia. Florencia, qué ciudad tan maravillosa, allí nos detuvimos durante mucho tiempo. A los dos nos encantaba y estábamos pensando en quedarnos allí. Una noche Brigitte no se encontraba muy bien y no me acompañó en mi viaje nocturno en busca de comida y diversión. Sin ella no era lo mismo y volví pronto a casa.

Me resultó extraño encontrarme con alguien en mi camino de vuelta. Con mis acostumbrados ojos de vampiro pude verlo con mediana claridad. Sabía que lo había visto en algún sitio pero no sabía dónde. Cuando llegué a casa y me encontré un montón de cenizas esparcidas por la habitación lo recordé perfectamente. Era uno de los vampiros de la comuna de París. Uno de los secuaces de Francois. Mi delicada Brigitte no había sido rival para aquel brutal vampiro. Le había cortado la cabeza y mi bella compañera se había convertido en negras cenizas. Lloré y lloré hasta que no quedó prácticamente sangre en mi cuerpo. ¿Cómo iba a soportar esta inmortalidad sin mi Brigitte? ¿Cómo?

Te dije que iba a contar la historia de cómo me quedé solo en este mundo y ya lo he hecho. Pero me vas a permitir que también te cuente cómo me vengué. Porque me vengué y esa venganza estará para siempre en los anales vampiricos. Cuando me recuperé de la perdida de Brigitte, me marché a Japón. Quería aprender el manejo de la espada, convertirme en invencible. Allí convertí en mi engendro a uno de los últimos descendientes de los samuráis, que me convirtió en una maquina de matar. Con una afilada katana atada a la espalda volví a Europa, a París. El primer foco de mi venganza fue el vampiro que destruyó a Brigitte. Se llamaba Laurent y era un lobo solitario. Le gustaba ir a cazar por su cuenta y en una de esas cacerías le corté el paso en una estrecha callejuela. Eso fue lo primero que le corté pero no lo último, lo dejé hecho un guiñapo implorante para, finalmente, separarle la cabeza del cuerpo y convertirlo en negras cenizas. El siguiente de la lista era Francois. Encontrarse con el Príncipe en solitario era tarea complicada pero descubrí un parque al que solía ir de vez en cuando. Allí lo esperé, agazapado entre los arbustos, durante muchas noches, hasta que finalmente una noche apareció. Me deleité en los preparativos, pensando cómo lo iba a matar, debía ser lo más lento y doloroso posible. Pero este retraso hizo que apareciera una chica, una vampiro. Así que a eso iba a aquel parque el príncipe Francois, a reunirse con su amante. Algo que yo ya nunca podría volver a hacer. Desaté toda mi rabia. Toda mi ira. Salté como un resorte de los matorrales donde estaba escondido a la misma vez que desenvainaba mi katana. Le hice un buen corte a lo largo del pecho a un sorprendido Francois. Pero aquel tipo no era Príncipe por casualidad y detuvo con facilidad mi segundo ataque y contraatacó con una fuerte patada en el estomago. Me retorcí un momento sobre mí mismo, Francois se relajó y preparó con tranquilidad su golpe definitivo. Pero yo solo estaba fingiendo y con la velocidad de un rayo mi espada se levantó y cercenó su cabeza. Un inmenso torrente de sangre salió de su cuello. Sólo entonces me di cuenta de que la chica estaba huyendo. Lo que hice no fue muy heroico pero no podía permitir que pregonara que había matado al Príncipe y, de cualquier manera, yo soy un vampiro no un héroe. Lancé mi espada con todas mis fuerzas y ésta penetró como un obús en su espalda para asomarse húmeda y enrojecida por mitad de su pecho. Todo había terminado. Mi sed de venganza se había saciado. Recogí mi espada de entre las cenizas de la chica y, con lágrimas sangrientas recorriéndome la cara, salí del parque y de París para no volver nunca más. Y hasta aquí llega mi relato.

Me gustaría contarte más cosas, porque desde aquella noche en aquel parque de París han pasado más de noventa años y he visto muchas cosas. Pero el sol está a punto de salir y hoy no podrá ser. Y quizás nunca lo sea porque hace un rato escuché a un coche aparcar delante del motel y ya no suena U2 en la garita. Alguien ha puesto una emisora de country. Odio el country, pero sé a quién le encanta: a Tyler Burbank, el “Cazador de Brujas”. Lleva años persiguiéndome pero hasta hoy siempre le he derrotado siempre. Quizás hoy gane él. Estoy muy cansado para luchar. Oigo sus pasos. Ahora que lo pienso mejor, quizás luche. Si tengo que morir prefiero hacerlo escuchando buena música. Sí, le derrotaré nuevamente y te seguiré contando mis desventuras de no-vivo, de Condenado.

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